La Madre también fue caminante. Recorrió nuestras propias rutas, y en su caminar existieron las características típicas de una peregrinación: sobresaltos, confusión, perplejidad, sorpresa, miedo, fatiga... Sobre todo, existieron interrogantes: ¿qué es esto?, ¿será verdad?, ¿y ahora qué haremos?
No veo nada. Todo está oscuro...
La grandeza de María no está en imaginarse que ella nunca fue asaltada por la confusión. Está en que cuando no entiende algo, ella no reacciona angustiada, impaciente, irritada, ansiosa o asustada...
En lugar de eso, toma la actitud típica de los Pobres de Dios: llena de paz, paciencia, dulzura, toma las palabras, se encierra sobre sí misma, y queda interiorizada, pensando: ¿Qué querrán decir estas palabras? ¿Cuál será la voluntad de Dios en todo esto?
La Madre es como esas flores que cuando desaparece la claridad del sol se cierran sobre sí mismas; así ella se repliega en su interior y, llena de paz, va identificándose con la voluntad desconcertante de Dios, aceptando el misterio de la vida...
"El silencio de María", Ignacio Larrañaga.